San Miguel de Breamo

Iglesia Románica de San Miguel de Breamo

Iglesia Románica de San Miguel de Breamo

Iglesia Románica de San Miguel de Breamo

Puede que la veas mejor si haces clic sobre la foto y luego pulsas F11.

— ¿Qué si conozco la iglesia de San Miguel de Breamo?. Pues cómo no he de conocerla, don Arcángel. Ese es un sitio de «moito carallo», de «moita forza e poder» que, como A Espenuca, esa «da que falou vostede» no ha mucho tiempo, viene siendo lugar de culto desde los tiempos de las grandes piedras y también está dentro de un círculo en lo más alto de un monte que hunde sus pies en la desembocadura del río Eume.

— ¿Para llegar?. Muy fácil, desde aquí, desde Pontedeume, siga usted como si se fuera para A Coruña y al llegar a Campolongo, después de una curva muy cerrada, métase a la derecha. Es una carretera estrecha que sube al monte y está señalizada. Siga hasta que se termine y allí de la vuelta como pueda y deje el coche donde le cuadre. Ahora toca caminar unos metros pero no se equivoque y escoja siempre el sendero que más suba. En todo lo alto, rodeada de árboles, está la iglesia.

Fueron muchas las historias que me contó Argimiro «O de Sambuiña». Entre otras lo milagreiro que es San Miguel de Breamo a la hora de curar el mal de ojo; materia en la que le saca ciento y raya a cualquier otro San Miguel de España o del extranjero pero, en aquel momento, como iba con prisa no lo tomé muy en cuenta. Me quedé, eso sí, con los datos básicos de cómo llegar y de que se trata de una iglesia románica, construida en 1187 por los templarios, once de cuyos caballeros, uno por cada punta de la estrella que adorna la fachada principal, tuvieron la encomienda de custodiar este lugar humilde pero auténtico polo de conexión con la divinidad y la esencia del universo desde los orígenes del hombre.

Mi relación con San Miguel de Breamo cambió en la tarde noche de un 24 de diciembre de 1987 en que, regresando desde el Ferrol, al pasar por Camplongo algo me impulsó a subir. Me sorprendió que hubiese luces —evidentemente velas, por el titilar— y la extraordinaria sonoridad de unas voces masculinas entonando el «Puer natus est nobis» que resonaba por todo el entorno. La iglesia estaba cerrada y, con cuidado, me asomé a una de las estrechas ventanas del ábside. Me quedé helado. En medio del crucero, dentro del circulo formado por once caballeros del Temple que, perfectamente uniformados y armados cantaban para Él y le rendían homenaje rodilla en tierra, un pequeño niño recién nacido descansaba en una cuna.

Algún ruído debí de hacer pues, de golpe, las velas se apagaron, cesaron los cánticos y con un chirriar de los goznes de la puerta uno de los caballeros salió justo en el momento en que me oculté tras unas zarzas. Cuando me atreví a moverme, recordé lo que me dijo Argimiro y, con cuidado, me acerqué a la puerta principal. Mire hacia arriba y pude comprobarlo; esa noche la estrella del rosetón no tenía once puntas, como siempre. Por más que conté una y otra vez las puntas labradas en la piedra eran doce.

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Texto tomado de: "Han ser contos".

Autor: "Miguel Arcángel de Vallejera y de Riofrío".

Puer Natus Est Nobis - Coro Ultreia del Monasterio de Poio.

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