Hayling Island.- Iglesia y Camposanto de St. Mary. |
Hayling Island.- Iglesia y Camposanto de St. Mary. |
Hayling Island.- Iglesia y Camposanto de St. Mary. |
De la convivencia intergeneracional. |
Puede que la veas mejor si haces clic sobre la foto y luego pulsas F11.
Desde que lo conocí, cada vez tengo más claro que el de St. Mary, en Hayling Island, no es un cementerio, al menos no en el sentido etimológico de la palabra que, proveniente del griego koimeterion, significa lugar para dormir, es decir, dormitorio. Tampoco se puede hablar de una necrópolis o ciudad de los muertos, palabra igualmente derivada de las griegas nekros (muerto) y polis (ciudad). Para hablar con propiedad, hemos de definir estos lugares con la palabra «Camposanto» que es, sin lugar a dudas, la que mejor se acomoda a sus características.
¿Qué cómo me atrevo a hacer tales afirmaciones? Muy sencillo.
Dormitorio es esa habitación de la casa apartada de aquellas otras en las que se desarrolla la vida ordinaria; es el lugar donde nos aislamos para descansar ajenos al devenir del mundo sin que nadie nos moleste pero, a su vez, sin molestar a los demás. De ahí esos conceptos de «descanso y sueño eterno» tan poco apetecibles por lo que de inacción implican ya que, si bien el sueño es gratificante en las dosis adecuadas, no lo es si nos lleva a un estado comatoso y de desconexión permanente.
Necrópolis, a su vez, implica la exclusión plena. Los muertos tienen su ciudad aparte y cuanto más alejada mejor. En ella se almacenan apilados, rodeados de altas tapias y encerrados con puertas y candados de hierro. El contacto entre ambos mundos se ha roto y el temor más profundo preside las pocas e imprescindibles relaciones. Superado el estado de duelo, que no suele ser muy largo, se aplica sin pudor alguno el viejo refrán de «el muerto al hoyo y el vivo al bollo». Hasta ahora —y no tardará mucho en desaparecer esta costumbre— tan solo la hipocresía reinante nos lleva a que, una vez al año, acudamos todos el mismo día a estas ciudades de la muerte con máscaras compungidas y nuestros patéticos ramitos de flores en la mano. El resto del año, como ya dijo Gustavo Adolfo Bécquer, «¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!».
Al hablar de St. Mary tampoco nos estamos refiriendo a esos jardines verdes y ordenados geométrica y matemáticamente tan de moda en el continente americano. No, ni mucho menos. Al hablar de St. Mary nos referimos a un campo que, ya antes de que los cristianos lo declarasen santo, era sagrado para los adoradores de los antiguos dioses. Aquí, en los claros que forman los bosquecillos de robles y tejos, buscando la luz del sol, de manera natural y en plena naturaleza «conviven» y se comunican las generaciones pasadas y presentes con el mayor respeto y normalidad. Este es algo más que un lugar tranquilo, es un lugar placentero donde quienes honran a sus mayores son a su vez honrados.
¿Creen ustedes que estas gentes han necesitado alguna vez de un día al año para visitar a sus antepasados?
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Texto tomado de: "Reflexiones de un Tarado".
Autor: "Miguel Arcángel de Vallejera y de Riofrío".
Lacrimosa de la Misa de Requiem - Mozart.
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