Puede que la veas mejor si haces clic sobre la foto y luego pulsas F11.
A los jóvenes de mi generación —aunque ustedes no lo crean, alguna vez lo fuimos— nos tocó estudiar la asignatura de "Formación del Espíritu Nacional" en unos libros de la Editorial Doncel. De ahí que la imagen de don Martín Vázquez de Arce nos resulte tan familiar que, al menos en mi caso, me llevó a visitar en pleno invierno —hace falta valor— la Catedral de Sigüenza (Guadalajara) para contemplar su tumba en la que reza la siguiente leyenda:
«Aquí yace Martín Vázquez de Arce, caballero de la orden de Santiago, que mataron los moros, socorriendo al muy ilustre señor Duque del lnfantado, su señor, a cierta gente de Jaén, a la Acequia Gorda, en la vega de Granada. Cobró en la hora su cuerpo Fernando de Arce, su padre, y sepultólo en esta Capilla año 1486. Este año tomaron la ciudad de Loja, las villas de Llora, Moclín y Montefrío por cercos en que padre e hijo se hallaron».
Se cuenta, yo no puedo dar fe de ello porque no estaba presente, que cuando expiraba en los brazos de su padre le hizo el siguiente encargo que aquel cumplió:
«Rogad a mi hermano don Fernando que se mire en mi ejemplo y trate de complacer a nuestra madre dándose al estudio, ya que no lo hice yo. Y porque el haberme alejado de los libros me trajo tan prematuramente a rendir tributo a la muerte, quiero yacer en efigie sobre mi sepultura, teniendo a perpetuidad un libro entre las manos, para que se consideren desagraviados aquellos a quienes agravié contrariando en vida su gusto y consejos…».
Todas las imágenes que aparecen en este blog son propiedad exclusiva de su autor y están protegidas por la legislación española y los acuerdos internacionales sobre los derechos de la propiedad intelectual y, por tanto, no pueden ser descargadas, reproducidas y/o modificadas sin el consentimiento expreso y por escrito del autor. En caso de estar interesado/a en alguna de ellas, ponte en contacto.
Si te reconoces en alguna fotografía y no deseas aparecer aquí, dímelo y estudiaré su retirada a la mayor brevedad posible.
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No se si el raro soy yo o si, como cabe suponer, no dejo de ser otra cosa que un ladrillo más en la pared, uno de esos millones de puntos que se mueven justo alrededor de la media y componen lo que conocemos como "normalidad", palabreja ésta que, sin temor a equivocarnos, podríamos en muchos casos sustituir por el sinónimo "vulgaridad".
Lo cierto, queridos amigos, es que, desde que me veo obligado a caminar con una mochila que pesa casi tres kilos que me suministra oxígeno y un bastón que disminuye mi esfuerzo al servirme de apoyo, no se ya dónde colgarme el equipo fotográfico sin parecer un estrambótico robot.
Esto me tiene sumido en una profunda crisis creativa y, lo que es peor, está haciendo que me cuestione todo lo que he publicado en matería de fotografía y, en un afán revisionista, plantearme si desde que inicié este blog realmente he progresado algo en la materia.
Bueno, sea cómo sea, no soy yo de andar con lamentos por las profundidades y eso que ahora —a la vejez viruelas— tengo vértigo a las alturas. Así pues, he de iniciar el ascenso y pedalear con ganas para llegar a la cumbre.
Pánico en el Edén (Vuelta Ciclista a España 1984) - Tino Casal.
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A lo largo de la historia el ajo ha sido y es profusamente utilizado en base a los múltiples beneficios que aporta. Entre ellos, uno de los más importantes es el de proteger la portería de un equipo de balompié atrayendo para ella toda la buena suerte y rechazando todos los males, goles y peligros que, ante su presencia, huyen a la contraria.
Para ello basta con colocar una cabeza de ajo en cada vértice del hipotético rectángulo determinado por la base de los postes y los anclajes de la red. Durante el descanso del partido, como es obvio, alguien debe ocuparse de trasladarlos a la otra portería. Estas operaciones han de llevarse a cabo con cierto disimulo y siempre después de que el árbitro haya revisado el estado de la red.
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Lápida en la tumba de don Adolfo Suárez González, Primer Presidente del Gobierno de la democracia, y de su esposa
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Una simple losa de granito a ras de suelo en uno de los claustros de la catedral de Ávila. Ni una señal especial, ni tan siquiera una flor. Esa es la grandeza de los auténticos grandes hombres. Espero que al menos tu descanso sea respetado por todos.
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Plaza Mayor de León, esquina a Calle Santa Cruz, España.
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Hoy, tras una mañana de pruebas para estudiar cómo me las arreglaré para salir a la calle cargando con mis cosas normales —llaves incluídas—, cámara, objetivos y esta maquinita del diablo recién estrenada que me insufla oxígeno a cambio de portar dos kilos y medio adicionales, decidí que, mientras no resuelva el problema, era hora de tirar de archivo y retomar la actividad en el blog. Al fin y al cabo las costumbres, sean buenas o malas, no deben perderse.
En esas estaba cuando encontré esta fotografía hecha en la Plaza Mayor de León que trajo a mi memoria aquellos años de juventud cuando vivía en una pensión de la céntrica y madrileñísima calle de la Luna. Era un tercer piso sin ascensor y maldita la falta que me hacía, subía a toda velocidad las viejas, oscuras y crujientes escaleras de madera sin perder ni una pizca de mi aliento y aún me sobraba para saludar a don Valentín, un auténtico caballero y gran actor que vivía en el cuarto.
¿Eran tiempos mejores? No; sólo eran distintos. Lo importante, entonces y ahora, es estar vivos con un único objetivo, el de vivir. Y podéis estar seguros de que, incluso cargando con la dichosa máquina, a eso me voy a dedicar; a vivir junto a mi esposa, mis amigos —entre los que están ustedes—, mis cámaras, la música, los libros y el interés por aprender algo nuevo cada día.
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Texto tomado de: "Notas para un Borrador de Autobiografía Informal".
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